Thursday, December 14, 2006

EL MOCHUELO, CAPÍTULO FINAL

He recuperado de mi cuaderno de campo este relato de una de mis aventuras camperas. Era la primavera del año 2004. Una aclaración: llamo "majano" a esos montones de piedras que se van acumulando en los campos cultivados. Ahí va el relato:

Hoy me he vuelto a estrellar, para seguir con la costumbre. Ayer cuando montaba el hide me las prometía muy felices después de la agradable sesión de la semana pasada.



Ayer charlé un ratillo con el señor de la cosechadora, que me confirmó que había acabado en la zona de manera que podía montar el hide sin problemas. Lo que más tiempo me llevó fue hacer limpieza de hierbajos. Todavía hoy tengo las manos llenas de pinchos.

Ya visualizaba ese contraluz que la semana pasada en parte estropearon las ramitas que ahora había quitado de en medio.

Hoy he seguido los mismos horarios. En pié a las 4:30 y a las 5:45 ya estaba en el hide. A primera hora un zorro me ha mantenido entretenido mientras le observaba merodear por la zona. En ningún momento ha estado a distancia de foto. A las seis y media, sin prácticamente luz, aparece el primer mochuelín, con tan mala suerte que justo en ese momento pasa por el camino un coche y el bichín decide esconderse, aunque yo en ese momento no veo donde se dirige. El caso es que empieza a pasar el tiempo y no se vuelve a dejar ver. A las 8, ya mosqueado, me fijo que en el majano siguiente hay tres mochuelos. Está claro: se han trasladado. El trajín de las máquinas estos días atrás e incluso mi presencia ha incitado a la familia a cambiarse de casa. Puede que sea lo normal en los mochuelos, incluso a lo mejor por la noche vuelven al redil, pero el caso es que a mí me han hundido la sesión.

Y ahí viene mi decisión trágico cómica. En vez de desmontar, puesto que es pronto, tomo una de esas decisiones que pensadas en frío jamás tomaría. Y decido desplazarme hacia ese majano con el hide a cuestas, con la máquina colgada, el trípode agarrado como puedo mientras levanto el mostrenco que tengo por hide y empiezo a caminar campo a través sin ver por donde ando, tropezando continuamente con piedras, plantas, la propia tela del hide, y parando de vez en cuando para mirar por alguna ranura para orientarme. Una situación totalmente ridícula, pero que por increible que parezca me dá resultado, de hecho logro fotografiar al adulto. Un primer plano con el cielo de fondo. De hecho yo creo que no se voló por la pura curiosidad de intentar ver que subnormal había bajo ese mamotreto. Puesto que el ángulo no me gustaba decidí complicarme más aún la vida y trepar a lo alto del majano con todo el armatoste a cuestas, una auténtica locura. Dicho y hecho. Cuando logro trepar por las piedras descubro que la familia mochuelil se ha trasladado al majano siguiente. Y, como te estas temiendo, decido trasladarme al majano siguiente yo también. Otra vez cojo todo en vilo y nuevamente la misma operación. Y esta vez logro fotografiar a uno de los pollos.
Ninguna de las fotos que he hecho ha valido la pena, especialmente teniendo el bagaje de fotos hechas la semana pasada, y el intentar esta operación, que he llamado OPERACIÓN TORTUGA, tiene su explicación en la frustración más que en otra cosa, en la frustración por una foto soñada no conseguida, frustración por un madrugón no aprovechado, frustración por toda una semana de planificación sin recompensa. Queda una experiencia más acumulada.